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Montaje de un ensayo editable

2020

Ensayo editable; o del traumático sueño en los tiempos del COVID.
Desde lejos se nos revelo la cercanía de la incertidumbre, empoderados con el oropel de la vida eterna y de la neotenia gamer en constante movimiento, fuimos puestos en aislamiento colectivo, despiertos y asociados al miedo o boca abajo llenos de fármacos y sueros, da lo mismo, todo parece ser un terrible sueño: las certezas se fueron derrumbando, los cuerpos aislando en el archipiélago gelatinoso y su sana distancia, las camas se llenaban, la producción predadora asociada con el confort de la vida se derrumbaba, sonámbulos en medio de los virus perseguimos las metáforas que en susurros sordos de N95 se expresaban.
El mundo fue en efecto la cueva de platón donde las imágenes se hicieron translucidas y erróneas; el dispositivo fallaba, el desfile de ambulantes mascaras de plástico con sus cubrebocas, revelaban unos ojos anónimos, perdidos, asomados a la nada. Quedamos desdibujados, neblinosos por el vaho de nuestra angustia, sombras y contornos de unos cuerpos en aislamiento. Frente al oxido de indio y estaño, se concreto la expulsión definitiva del paraíso perdido, la naturaleza regresaba en oleadas de asombro y desdibujaba a punta de palas y tumbas sin llanto al usurpador de la tierra del mar y de los cielos. Los animales vinieron a visitar el zoológico humano. La pandemia éramos nosotros.

En primavera y sentados en la mesa del bullicioso café Rodrigo, Natalia, Abel y Ricardo planeamos lo implaneable, pensamos lo impensable y diseñamos lo que no tenía forma, pero soñamos el mismos sueño; fue imposible vernos de nuevo por el resto del proyecto, nos aislamos, nos recluimos, nos editamos para la ausencia, temerosos de nosotros mismos reconstruimos el andamiaje digital donde nadie subiría, solo bajaríamos a nuestra condición humana, ni decoración ni artefacto, solo un conjunto de ideas y conceptos derivados de – ilusos pensábamos – una investigación artística acorde a los tiempos, fue insuficiente, tuvimos que callar y dejar que las mascaras sin labios fueran el nuevo discurso, que las pantallas iluminaran las nuevas sombras, que los cierres nos indicaran las oquedades, las entradas y las salidas, que la voz se hiciera en solitario colectivo y que la imagen se fuera revelando en la dura fragilidad de las medidas restrictivas, la escenografía fueron las paredes llenas de vacío, los edificios mudos, descansados de pisadas y voces cegadoras.
Hoy, como la vida misma, lo que presentamos es editable, desmontable, efímero, fracción de un todo inasible que aspira en encontrarse con otras incompletudes, tenemos nuestras ideas puestas en colectivo para hacerlas compatibles con otras ideas, con otros cimientos que desestabilicen los nuestros, tenemos las muescas de nuestros cuerpos para intentar cerrar y abrir otros cuerpos, otros aislamientos. Desde algunos conceptos, ideas, emociones y conocimientos, miramos nuestra soledad compartida, con dolor, angustia, recelo. Compartimos este sueño como el que comparte un abalorio donde se nada se adivina nada se presiente, es acaso la cuenta de los días hasta que, otra edición, otro corte, otro montaje, otro ensayo, nos indique que el camino se fractura y hay que reinventarlo de nuevo; quizás, como nosotros creemos, con esa lógica elusiva donde el arte y solo el arte nos brinda un tipo nuevo de sueño, ese que al agrietar la vigilia reinventa el conocimiento, ese nueva bisagra que nos una a otras y otros, quizás 

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